Como casi todos los días de mi adolescencia, entraba en el aula del instituto. En esa ocasión, se iniciaba otra vez el mismo curso del año pasado, que coincidía con el del anterior. En medio de una depresión, que no sabía ni de donde venía, ni quería saber que la tenía, repetí dos veces 3º BUP; lo que hoy es primero de bachillerato y mañana quien sabe qué nombre tendrá.
Ese día, se presentó un filósofo, joven y amigable, que no hizo más que darnos quebraderos de cabeza durante todo el curso. De ese año, lo que más recuerdo son sus clases. No me gustaba, y sigue sin gustarme, tener en la cabeza irregularidades y, por ello, sentía que había de resolver todos los «tornados» conceptuales que, semana tras semana, nos traía el profesor a clase.
Mi crecimiento se ha caracterizado por una contínua caída de mitos. Así, un mito filosófico es la famosa conclusión «Pienso, luego existo» (Descartes). Fue en ese curso, no recuerdo bien el año, cuando aprendí dicha cita que no se salvó de caer más adelante. ¿Quién es capaz de demostrar que las piedras no piensan? Sabemos que no dicen nada, que no hay actividad de ondas cerebrales como las nuestras, sin embargo, nada de eso demuestra que no piensan.
Existo como persona cuando actúo, cuando realizo lo que voluntariamente elijo. Esto significa también aceptar que un poder superior a mí podría amargar mi existencia, anulando mi libertad. Un peligro tan grande que vale la pena consolarse en que el único requisito para existir es pensar. Pero, si piensas y no haces nada, no eres nadie ni, tan siquiera, persona.
Recuerdo de aquel año que fallaba bastante a clase y ello, me hacía sentir mal. No obstante, ahora lo veo de forma diferente. Si hubiese ido a todas las clases de este memorable filósofo, quizás no hubiera podido superar todos los retos intelectuales a los que nos acostumbró a enfrentarnos. En esa edad, no podía permitirme el lujo de posponer ningún reto. Sentía una gran atracción por desvelar las irregularidades que me venían.
Cuento todo esto porque él fue quien me enseñó el valor de la lógica. Pero no olvidemos, que actuó como el delantero al que le pasan el balón y marca. El «gol» es suyo, pero el mérito se lo lleva todo el equipo docente hasta entonces. Para ello, nos mostró un par de libros de Raymond Smullyan: ¿Como se llama este libro? y ¿La dama o el tigre?
Una vez desarrollas tu capacidad de deducir lógicamente los hechos que se derivan de otros, todo cambia. Parece que la realidad se rija por las leyes de la lógica. Y, así, lo vi durante muchos años. No obstante, hace unos pocos años, descubrí que sólo es un mito. Un mito que cayó. Me propongo, en este artículo, ofrecerle mi punto de vista y, al menos, hacerle dudar un poco de que la realidad tiene una estructura lógica.
En los libros de Raymond te enfrentabas, imaginariamente, a desafíos que la lógica era capaz de resolver. No obstante, no se dan nunca en la realidad: no te enfrentas ante dos puertas que te dan información fidedigna, ni a seres humanos que, odiándote, te dan una oportunidad de una forma extraña, ni vivimos en un mundo donde la gente ora miente ora dice la verdad siempre…
El trabajo hecho por los filósofos al plasmar la forma del pensamiento humano es todo un mérito. No es fácil darse cuenta de cuáles son las leyes y las características de lo que ocurre en nuestro interior ni, tampoco, es fácil describir nuestro comportamiento interno. Visto así, la lógica está en la realidad interna de cada persona y no, en la naturaleza exterior de la humanidad.
Decir que la realidad tiene un comportamiento lógico, es un acto de fe. Desconozco absolutamente si hay alguien que haya demostrado que la realidad es lógica por naturaleza. Sabemos, por repetición, que si hay una contradicción, entonces, se puede encontrar una argumentación o teoría distinta que explique los hechos sin ninguna paradoja. Es aquí, según mi punto de vista, donde se sustenta la idea que la lógica impera sobre lo que podamos observar.
Exigir a las teorías científicas que sean lógicas es un acto voluntario. La fe, en cambio, la dejaremos para cuando estemos en religión. Como quiero entender la ciencia, será mejor si reúne el sentido de la coherencia (lógica). La realidad, muchas veces, no la entiendo, si la teoría científica tampoco la entiendo, no he avanzado nada. Por ello, es uno de los requisitos que se le pide a toda teoría científica. Aun así, no se garantiza el entendimiento de la teoría.
Por todo ello, digo que la lógica es algo necesario para nosotros, los humanos, y no una condición que cumple la realidad. Si una teoría no es lógica, no la entenderé y, por tanto, me quedaré igual. Si la teoría es lógica, podré hacer deducciones que me permitan descubrir en la realidad nuevos hechos, nuevas consecuencias y nuevas leyes.
Además de lo dicho, si una teoría nos lleva a un enunciado falso, cambiaremos la teoría por otra mejor, nada más se nos ocurra algo más coherente. A la primera teoría se la clasifica como falsa y a la nueva, como no se han encontrado aún irregularidades, se la clasifica como verdadera. El tiempo pasará y llegaremos a ver que también es falsa.
En principio, cuando observo la realidad, parece ser paradójica. Si hacemos uso de nuestras facultades intelectuales, conseguiremos encajar la realidad dentro de la lógica. De ese modo, todo queda ordenado. Sin embargo, al observar la historia de la ciencia, hasta la fecha no ha sobrevivido ninguna teoría a la incoherencia real o perceptible. Todas han llegado a decir algo que no se da en la realidad y, muchas veces, se llega a contradicciones.
El éxito de la lógica reside en que nos hace la vida más sencilla. Puedo aprender a razonar lógicamente y, con la ayuda de una teoría, tener un control y unos conocimientos de la realidad. ¿Cree usted, lector, que la lógica se da en la realidad? 0, de otro modo, ¿cree que la lógica es un requisito que debe cumplir la teoría, para simplificar ese «caos» que se percibe al observar la realidad? ¿Qué prefiere hacer: un acto de fe o un acto voluntario?